Se viste de pureza
brillando en los azules del cielo.
Se peina con dedos de esperanza
abriendo las puertas del Paraíso.
Anda con remolinos de pasión,
como las gotas de sangre derramadas en su nombre.
Su melodiosa voz se escucha por las calles
enamorando el extraño que no la conoce.
El canto del coquí ... su palpitar.
Dulce armonía de violines
duerme a los habitantes al caer el sol.
La cotorra que vuela entre las nubes
dibuja la autenticidad de los cielos
dando paso a los sueños.
Los granos inocentes de su ser,
las olas de safiro de sus pupilas,
los rayos que se escapan de sus sonrisas,
su pecho alfombrada de verde esmeralda
y su cabello liso entre los palmares
bailando al son de las brisas de sus suspiros.
¡Imagen  inborrable que  llevo en mi alma!
Con ella  he nacido y he de morir
entre sus brazos satinados
y su perfume exótico con sabor a sal.
Unico en su estilo, una joya sin igual.
Las gotas de lluvia bendecidas por los santos
cae sobre su cuerpo como diamantes sobre cadenas de oro
dejándo un rocío de besos reviviendo pétalos ya marchitados.
Sus bestias apaciguan con las caricias
de sus mares violentos y tormentas peligrosas.
En las arenas de su piel
y en el calor que nos quema a todos
he de encontrar mi eterna salvación, mi descanso.
Ella que se desnuda resaltando sus talentos
llevándome a ese paraíso tan buscado,
el tesoro de los piratas, manjar de los dioses.
Es ella quien lleva en su frente una grandiosa estrella
solitaria, sin las ataduras de aquel que la oprime.
Anda libre como paloma de paz por la sangre de mis venas.
Mi hogar ... mi isla ...
mi patria querida.